domingo, 13 de enero de 2013

Romper el Silencio



La noche era fría, y además, nos pilló la lluvia, estábamos empapados, me llevaste a casa, ¡sorpresa! no había luz y decidiste llevarme a la tuya. Buena elección, hacía calor dentro, pues habías atizado mucho la estufa al irte y yo estaba empapada y necesitaba quitarme esa ropa.

Me ofreciste tu pijama, me quité la blusa acompañado del sujetador en el baño, mientras observé, que mirabas a un espejo en el cual, se me veía reflejada, pero no dije nada. Al contrario, bajé mi pantalón de una manera más delicada, dejando al descubierto mi pompis, pues solo lo cubría un pequeño tanga negro.

Mi cuerpo casi desnudo, era observado, me puse tu camisa de pijama, la cual me quedaba grande, pero subí las mangas, aunque la abertura de los botones me quedaba baja, haciéndose ver al moverme, la redondez de mi pecho.

Salí de allí, tu disimulaste,-¿qué tal?- fue tu pregunta entrecortada.
-Bien, aunque tengo un poco de frió, ¿sabes?-.
-Deberías darte una ducha caliente-.
-Sí, tal vez, pero no quiero darte molestias, para nada-

Entré de nuevo en el baño, quedó la puerta entreabierta y observando de nuevo tu mirada, quité botón a botón, dejando caer el pijama al suelo, quedando de nuevo el tanga sólo. Lo agarré, y moviendo despacio mis caderas lo dejé caer al suelo. Ahora me veías desnuda, un cuerpo menudo, delicado, solo, un hilito de bello en el pubis rompía el color de la piel. Entré en la ducha, caía el agua por mi cara, recorriendo ahora todo mi cuerpo. Mis manos llenas de jabón acariciaban mis pechos que eran pequeños, pero de una redondez envidiable. Seguía bajando mis manos por mis caderas, mis muslos, de nuevo subí, ahora mis dedos invadían mi entrepierna, enjabonando mi sexo. Miré hacia arriba y deje caer el agua por encima, llevándose todo el jabón y de nuevo se quedó al descubierto el color de mi piel, y el fino hilillo de mi vello.

Sequé mi cuerpo, notando tu presencia en cada momento, no decías nada, solo observabas, en tu ignorancia de que también eras observado.
Esta vez, solo cubrí mi cuerpo con la camisa, dejando mi sexo al aire.
-Ya estoy te dije.

Me mirabas con ojos dulces, y a la misma vez con deseo. Me diste una copa, pero no me acompañaste, pues esta vez te tocaba a ti la ducha.
Pasé al salón y me acomodé en el suelo, rodeada de unos cojines que había al lado de la chimenea. Pronto, sentí calor, ese calor dulce del fuego
que hace sentir algo especial en la piel.

No había pasado mucho, cuando de pronto, sentí una brisa de aire en mi cuello, eras tú, soplándome con delicadeza, giré mi cuello y sentí tu respiración, pero de pronto, ya te habías sentado a mi lado y habías agitado mi corazón, que todavía latía con rapidez.
Empezaste una conversación un poco tonta para el momento, pero fue para romper esa magia que parecía que tú no querías.

Me levanté, cogí un tronco y lo puse en el fuego y fui a sentarme, pero esta vez lo hice enfrente de la hoguera, enfrente de ti también. La luz aumentó, cuando el tronco prendió fuerte, dejando mi sexo al descubierto, pues mi manera particular de sentarme, hizo que así sucediera,

Te miré a los ojos, sintiendo que ellos me observaban a mí, y fue cuando me acordé de lo que podrías estar viendo, cuando una sonrisa salió de mis labios,
al mismo tiempo que una vergüenza picarona me hizo tapar mi cara. Y entonces sentí que estabas a mi lado, separaste las manos de mi cara,
y un dulce beso posaste en mis labios. Sentí tu calor, tu humedad, tu dulzura, no me pude resistir y también te besé.

Acariciaste mi cara, sentía como tus manos bajaban por mi cuello, acompañada ahora por tus besos, estremecías mi cuerpo.
Con suavidad, desabrochabas botón a botón y dejaste caer la prenda, dejando al descubierto mi cuerpo. Observabas mis pechos, mi tripa hasta mi ombligo y
al tumbarme hacia atrás, la luz de la hoguera se reflejaba en mí con un color anaranjado. Té miré, estabas de pie, y con una sonrisa en mi cara comprendiste que te pedía que te quitaras el vaquero, que tan bien marcaba tu figura.

Desnudos los dos, nuestros cuerpos calientes, te pedí que te tumbaras y empecé besando tu boca, tu oreja, me encantó tu oreja, me gustaba lamerla, buscar sus rincones, pero rápido, bajé a tu pecho, tu ombligo, y me gustó sentir el bello de tu sexo, rozándome la barbilla. Tu pene estaba muy erecto, lo miré y no pude resistir pasar mi lengua de abajo a arriba, con suavidad, sintiendo su movimiento te placer. Busqué todos sus rincones con mi lengua, hasta el desear meterla en mi boca. Apreté mis labios, la acariciaba con mis manos, era un deseo inmenso comérmela.

Tu mano en mi cabeza me dijo que parara, te miré y comprendí, que tú querías hacer lo mismo conmigo.
Tus labios lamían mis pechos, sentía como tus dientes jugaban con mis pezones, pero buscabas más, hasta que llegaste a mi sexo y tu lengua invadía todo mi interior, jugaba entre mis labios, era un placer inmenso. Al mismo tiempo, sentía tus dedos dentro y era tanto el placer, que te pedí que lo dejaras.

Me subí encima de ti, cuerpo a cuerpo, era tanta mi humedad y tanta tu erección, que nos hicimos uno. Tu pene invadía mi interior, sentada encima con ella dentro, empecé a mover mis caderas, con suavidad, pero a un ritmo cada vez mayor. Tus manos en mis pechos me gustaba mucho, pero te pedí cambiar de postura y agarrada a la ventana, con mi sexo súper húmedo, como una gata en celo, sentí tu penetración y con mis movimientos y los tuyos, un placer enorme invadió nuestros cuerpos haciéndonos estallar al unisonó, ese placer que rompió el silencio.

Pilar

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